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Ep 24: El águila de mi padre

Cuando era joven y mientras estudiaba en la universidad, vivía en la casa de mis padres. Vivíamos en una casa con un terreno extenso que mi abuelo compró. Poco a poco construyó la casa en una sección del terreno. En aquellos días, era más común comprar un terreno y construir una casa. Era más barato comprarte tu terrenito y construirte tu propia casa.

Mi padre era hijo único. Él heredó la casa y mi madre, mi hermano y yo vivimos ahí también. No quiero decir que mis abuelos ya no vivan. De hecho, tanto mi abuela como mi abuelo viven en la casa, gozan de buena salud (a pesar de estar cerca de los ochenta años de edad) y ahora mi padre es quien los cuida, los protege y ayuda.

En mi cultura, es común que los hijos hereden las casas de sus padres y que también se queden a vivir ahí para cuidar a sus padres. Es muy común que la casa se herede de generación en generación y cada generación repare y continúe construyendo y mejorando la casa. Algunas veces, los hijos se van de la casa para formar sus propias familias, pero muchas veces regresan a la casa para cuidar a sus padres cuando ya son ancianos.

Como dije antes, la casa tiene un terreno grande. A mi abuelo y a mi padre siempre les ha gustado tener animales en el terreno. Hay gallinas, patos, conejos, perros, y gatos. El terreno es grande y hay mucho espacio para los animales. El terreno también tiene una barda alta de concreto para que los animales no se salgan a la calle y no se vayan. Mi abuelo y mi padre construyeron jaulas grandes y casitas para los animales en el terreno. Recuerdo que mi abuela recogía huevos por las mañanas y nos preparaba unos huevos estrellados o unos huevos revueltos con frijoles refritos y tortillas hechas a mano.

No muy lejos de la casa, hay un bosque y unas montañas. Los fines de semana de la primavera y el verano, íbamos al bosque para caminar y disfrutar de la naturaleza, del sol, del aire puro, de los árboles y de la fauna que habita en el bosque. Uno de esos fines de semana, mi padre encontró una cría de águila. La cría estaba sobre el pasto cerca de un árbol y no podía volar. Mi padre tomó a la indefensa cría y tratamos de buscar su nido sin tener éxito. Mi padre se subió a varios árboles cercanos y no pudo encontrar el nido por ninguna parte.

Nos quedamos ahí por tal vez dos horas. Mi abuelo decía que tal vez la madre lo estaría buscando y podríamos ver dónde estaba el nido. Estuvimos esperando y esperando y esperando, pero la madre nunca llegó. Entonces, mi padre decidió llevarse el águila a casa. No iba a abandonarla ahí a su suerte. Seguramente algún animal la encontraría y se la comería. Entonces, mi abuelo y mi padre tomaron la decisión de llevarse el águila a casa. Decidieron construir una jaula grande y apropiada para esta ave que seguro crecería mucho. Mi padre la cuidaba mucho. La alimentaba bien y los fines de semana la llevábamos al bosque con nosotros.

Mi padre es un hombre muy inteligente y aprendió cetrería, que es la práctica de adiestrar aves rapaces como el águila y el halcón. De esta forma, mi padre supo adiestrar al águila y era increíble ver cómo mi padre soltaba a su águila en el bosque, esta volaba por los cielos y regresaba cuando mi padre levantaba su brazo. Mi padre tenía siempre un guante especial para proteger su brazo y cada vez que levantaba su brazo enguantado y silbaba, el águila siempre regresaba y aterrizaba sobre su brazo.

Cada vez que íbamos al bosque, yo pensaba que esa sería la última vez que veríamos al águila. Pensaba que uno de esos días el águila se iría y nunca la volveríamos a ver. Sin embargo, eso no pasó. El águila volaba por los cielos, se paraba en un árbol y regresaba en cuanto mi padre levantaba el brazo. Era como un perro que llevas al parque y que nunca se pierde y nunca se va. Sabe cuál es su familia, sabe cuál es su territorio y sabe cuál es su casa. El perro nunca nos abandona. Cuando llegábamos a casa, mi padre llevaba el águila a su jaula y la alimentaba.

Yo me preguntaba por qué el águila nunca se iba. Fue siempre un misterio para mí. Sería que había perdido su instinto salvaje de libertad, sería que estaba demasiado acostumbrada a su jaula, sería que estaba acostumbrada a que le dieran de comer y no tuviera que buscar su propia comida en el bosque, sería que había perdido el instinto de reproducirse. Fue siempre un misterio para mí y cuando le preguntaba a mi padre su opinión, siempre me decía lo mismo.

–El águila es como otro miembro de la familia hijo. Sabe que aquí es su casa y se queda aquí para ser parte de la familia. Siempre se va a quedar aquí y nunca nos va a abandonar.

Esas palabras me cayeron como un balde de agua helada. Yo quería ir a estudiar una maestría en el extranjero, casarme, formar mi propia familia y comprar mi propia casa. Yo no quería herir los sentimientos de mi padre y hablarle sobre mis planes. Él tal vez imagina que mi hermano o yo nos quedaríamos en la casa para continuar la tradición de heredar la casa como pasa en cada generación. Cuando mi padre sea un anciano, por supuesto que voy a cuidarlo, pero no sé si piensa que mi hermano y yo viviremos en esta casa que ha pasado de generación en generación.

Un fin de semana fuimos al bosque en familia y yo estaba pensando en cómo explicarle mis planes a mi padre. Ya lo había querido hacer antes, pero no tenía ni las palabras, ni el valor, ni el corazón para hacerlo. Estaba pensando: “¿Qué le voy a decir? ¿Qué le voy a decir?”. Yo veía volar el águila de mi padre por el cielo y yo trataba de inspirarme. El águila se paraba en un árbol, mi padre levantaba el brazo y el águila regresaba. La dejaba volar de nuevo, se paraba en un árbol, mi padre levantaba el brazo y el águila regresaba.

No sé en que momento el águila se paró en un árbol y mi padre levantó el brazo, pero el águila no regresó, sino que solo lo miró fijamente. Mi padre bajó el brazo y también la miró fijamente. El águila miró a mi padre por varios segundos y mi padre volvió a levantar el brazo, pero su águila no regresaba. El águila miró a su alrededor y volvió a mirar a mi padre de nuevo. Mi padre tenía el brazo levantado, pero lentamente bajó el brazo. Mi padre y el águila se miraron mutuamente por unos segundos como despidiéndose con la mirada. Su águila giró la cabeza hacia las montañas y emprendió el vuelo hacia las montañas. Mi padre sonrió con tristeza. Veía volar a su águila hacia las montañas y poco a poco se alejaba y se hacia más y más pequeña hasta que ya no la pudimos ver más.

–Bueno, algún día tenía que irse, pero tengo el presentimiento de que un día va a regresar. La familia siempre regresa a casa y el águila sabe dónde está su casa.

Ese fin de semana decidí también volar. Ese día le dije a mi padre que yo quería estudiar una maestría en el extranjero y explorar otros horizontes. Mi padre no se enojó conmigo. No se puso triste tampoco. Puso su mano sobre mi hombro y me dijo que estaba orgulloso de mí y que intentara abrir mi propio camino en la vida.

–Hijo, ve y estudia en el extranjero y aprende nuevas cosas en la vida. Aquí siempre tienes tu casa también y puedes regresar cuando tú quieras. Siempre que me necesites, aquí voy a estar.

Algunos años después, terminé mi licenciatura y mi maestría. Viví en el extranjero por varios años y después regresé a la casa de mi padre para poder vivir con ellos mientras encontraba un trabajo. Fue una época muy bonita. Le hicimos reparaciones a la casa y construimos nuevas partes de la casa. La casa quedó muy bonita y decidí quedarme a vivir ahí para cuidar y ayudar a mi madre y a mi padre. Poco tiempo después, conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa y tuvimos nuestro primer hijo en la casa de mi padre.

Un día mientras estábamos en el patio tomando el sol y bebiendo una cerveza, vimos llegar al águila de mi padre. La vimos venir a la distancia y mi padre bromeaba que era su águila, pero mientras más se acercaba a la casa, mi padre se dio cuenta de que sí era su águila. Él águila estaba un poco maltratada y vieja, pero era su águila. Cuando descendió del cielo, se posó encima de su casa, aquella jaula que mi padre y mi abuelo le habían construido. La puerta estaba abierta y el águila se bajó del techo y entró en su casa.

Yo no lo podía creer. En verdad, el águila había vuelto también. Yo estaba sorprendido, pero mi padre no parecía sorprendido. Podía ver en su cara una sonrisa de satisfacción y alegría. Él siempre se sentía seguro de que su águila volvería y dejaba la puerta de la jaula abierta. Tenía la esperanza de que un día su águila regresaría y aquí estaba de nuevo volviendo a casa.

–¡Ya ves, te lo dije! Un miembro de la familia siempre regresa a casa.

By Joel Zárate

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Story written by Joel Zárate

Read by Milton Ralph & Alba Sánchez.

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